Don Estanislao del Campo
Bajo el ombú corpulento, de las tórtolas amado,
porque su nido han
labrado allí al amparo del viento;
en el amplísimo asiento que la
raíz desparrama.
Donde en las siestas la llama de nuestro sol no se
allega,
dormido esta Santos Vega, aquel de la larga fama.
En
los ramajes vecinos ha colgado, silenciosa,
la guitarra melodiosa de
los cantos argentinos.
Al pasar, los campesinos ante Vega, se
detienen;
en silencio se conviene no guardarle allí dormido;
y
hacen señas no hagan ruido los que están a los que vienen.
El más
viejo se adelanta del grupo inmóvil, y llega
a palpar a Santos Vega.
moviendo apenas la planta,
Una morocha que encanta por su aire
suelto y travieso,
causa eléctrico embeleso porque, gentil y bizarra,
se
aproxima a la guitarra y en las cuerdas pone un beso.
Turba
entonces el sagrado silencio que a Vega cerca,
un jinete que se
acerca a la carrera lanzado;
retumba el desierto hollado por el casco
volador;
y aunque el grupo, en su estupor, contenerlo pretendía,
llega,
salta, lo desvía y sacude al payador.
Ni bien el rostro sombrío
de aquel hombre mudos vieron,
horrorizados sintieron temblar las
carnes de frío.
Miro en torno con bravío y desenvuelto ademán,
y
dijo: "Entre los que están no tengo ningún amigo,
pero, al fin para
testigo, lo mismo es Pedro que Juan".
Alzó Vega la frente, y le
contempló un instante,
enseñando en el semblante cierto hastío
indiferente.
"Por fin, dijo fríamente el recién llegado, estamos
juntos
los dos, y encontramos la ocasión, que éstos provocan,
de saber cómo
se chocan las canciones que cantamos".
Así diciendo, enseñó una
guitarra en sus manos,
y en los raigones cercanos preludiando se
sentó.
Vega entonces sonrió, y al volverse al instrumento,
la
morocha hasta su asiento ya su guitarra traía,
con un gesto que
decía:"La he besado hace un momento".
Juan Sin Ropa (se llamaba
Juan Sin Ropa el forastero)c
omenzó por un ligero dulce acorde que
encantaba.
Y con voz que modulaba blandamente los sonidos,
cantos
tristes nunca oídos, cantó cielos no escuchados,
que llevaban,
derramados,la embriaguez a los sentidos.
Santos Vega oyó suspenso
al cantor; y toda inquieta,
sintió su alma de poeta como un aleteo
inmenso.
Luego, en un preludio intenso, hirió las cuerdas sonoras,
y
cantó de las auroras y las tardes pampeanas,
endechas americanas más
dulces que aquellas horas.
Al dar Vega fin al canto, ya una
triste noche oscura
desplegaba en la llanura las tinieblas de su
manto.
Juan Sin Ropa se alzó en tanto, bajo el árbol se empinó,
un
verde gajo tocó, y tembló la muchedumbre,
porque echando roja
lumbre,aquel gajo se inflamó.
Chispearon sus miradas, y torciendo
el talle esbelto,
fue a sentarse, medio envuelto por las rojas
llamaradas.
¡Oh, qué voces levantadas las que entonces se escucharon!
¡Cuántos
ecos despertaron en la Pampa misteriosa
a esa música grandiosa que
los vientos se llevaron.
Era aquélla esa canción que en el alma
sólo vibra,
modulada en cada fibra secreta del corazón;
el
orgullo, la ambición, los más íntimos anhelos,
los desmayos y los
vuelos del espíritu genial,
que va, en pos del ideal, como el cóndor a
los cielos.
Era el grito poderoso del progreso, dado al viento;
el
solemne llamamiento al combate más glorioso.
Era, en medio del
reposo de la Pampa ayer dormida,
la visión ennoblecida del trabajo,
antes no honrado;
la promesa del arado que abre cauces a la vida.
Como
en mágico espejismo, al compás de ese concierto,
mil ciudades el
desierto levantaba de sí mismo.
Y a la par que en el abismo una edad
se desmorona,
al conjuro, en la ancha zona derramábase la Europa.
Que
sin duda Juan Sin Ropa era la ciencia en persona.
Oyó Vega
embebecido aquel himno prodigioso,
e inclinando el rostro hermoso,
dijo:"Sé que me has vencido".
El semblante humedecido por nobles
gotas de llanto,
volvió a la joven su encanto, y en los ojos de su
amada
clavó una larga mirada, y entonó su postrer canto:
"Adiós
luz del alma mía, adiós, flor de mis llanuras,
manantial de las
dulzuras que mi espíritu bebía;
adiós, mi única alegría, dulce afán
de mi existir;
Santos Vega se va a hundir en lo inmenso de esos
llanos...
¡Lo han vencido! ¡Llegó, hermanos,el momento de morir!"
Aún
sus lágrimas cayeron en la guitarra, copiosas,
y las cuerdas
temblorosas a cada gota gimieron;
pero súbito cundieron del gajo
ardiente las llamas,
y trocado entre las ramas en serpiente, Juan Sin
Ropa
arrojó de la alta copa brillante lluvia de escamas.
Ni
aun cenizas en el suelo de Santos Vega quedaron,
y los años
dispersaron los testigos de aquel duelo;
pero un viejo y noble
abuelo, así el cuento terminó:
"Y si cantando murió aquel que vivió
cantando,
fue, decía suspirando,porque el diablo lo venció".
Letra: Estanislao del Campo